miércoles, 24 de agosto de 2016

Me ha dicho la hechicera que hoy no duerme.









Le he preguntado a la deidad que habita en mi interior si "la hechicera" aún vive, y desde la mañana abierta a mí en clamores encendidos, recibí de ese dios una visión: una mujer sencilla atravesando el tráfico en vaqueros sumida en su diario redentor, desafiando, con su glorioso paso de Minerva hacia el trabajo, la tempestad ruidosa de la muerte.

Supe que su alquimia permanece, como un tsunami amaestrado en un rincón secreto de su cámara; oculto a los curiosos ojos de los hombres y del mundo.





domingo, 21 de agosto de 2016

La bruja Tentegol y su caldero












Hubo una vez una bruja en mi existencia, culpable de la más trascendental de mis múltiples muertes: la bruja Tentegol.

Ella solía volar hasta mi faro poco antes del alba. Antes de marcharse a su castillo, dejaba en la mesilla de mi cuarto su regalo divino: un salmo curador de almas perdidas escrito sobre el caparazón de un batracio.

Sus nobles artes de hechicería eran de tal pureza que, una noche, le permití voluntariamente que echara a navegar mi cuerpo en su caldero, y me ahogara en la marea blanca de sus aguas.

Con las siete  esencias resultantes como pócima, conjuró a puro verso a las estrellas; al círculo completo de las casas astrales que me rigen, construyendo con el recuerdo fértil de mis huesos un hombre diferente: un aprendiz de mago palabrero que quedó sepultado para siempre bajo la grave luz de su seudónimo.

Luego de aquel milagro, jamás volvió a mis días la hechicera.

Y mi magia la añora, como añoran los dioses padecer el sísmico temblor de la pasión para sentirse, por una noche, hombres.







jueves, 11 de agosto de 2016

El hijo de Simbad.









Siempre que contemplo un folio en blanco quedo sumido en la evocación de las relucientes velas nuevas de un navío a punto de zarpar para escribir en ellas la historia de sus rutas, tal y como ahora recuerdo, desnudo frente a este procesador de texto blanco y moderno, mi punto de partida hacia las rutas que habrían de hermanarme con mis mundos.

Según cuenta mi madre: Yo no quise nacer.

Qué negación absurda la mía a abandonar la calidez del vientre, bahía maternal, estrecha cala
resguardando mi frágil pequeñez de posibles peligros de futuro.

Ahora entiendo por qué no quise nunca quedarme demasiado en ningún paraíso edificado por muy maravilloso que éste fuera. Cada cierto tiempo hacía el equipaje. Daba igual dónde fuera, por que yo era feliz errando con mi prole de grumetes tempranos.

Jamás temí a la noche, sí a ese tumulto negro incontenible que se te viene encima silencioso, cargado de misterio, de sombras y de puertas a otros mundos: la noche tras mis párpados con todas esas voces muertas del pasado que me salen al paso mientras duermo. Siempre necesité avistar un faro, una luz como guía para salvar mi alma de marchar con todos esas almas familiares; faros-amores, faros-hijos, y el mejor faro revelado tardíamente: el faro-literario.

Sí. Yo siempre fui marino, como lo fue Simbad o Sandokan, el tigre de Malasia.

Un marino solitario y monógamo, escribidor de versos con algún que otro código moral en mis arterias. El regalo de dios para salvarme de ceder ante el pecado de la piratería.







lunes, 8 de agosto de 2016

La morte è il mio mestiere.














Me iré. Ella lo sabe.

Ella intuye que un día marcharé.

Para cuando eso llegue,
ya habrán crecido tanto sus cabellos
que tendrá que trenzarlos
para no
entorpecer la gloria de sus pasos.

Solo entonces me iré.

Nadie,
nada me ha hecho sentir tan vivo,
tan humano,
tan romántico, es cierto,
preocupado por mí y por el futuro,
tan dichoso,
como tener un trozo de su estrella.

Ni tan estúpido
por no poderle dar mi identidad,
mi todo.

Así vive un sicario. Tu Sicario.


II.

A ratos quiero ser ese gran hombre
tan hombre, para darle
lo que ningún gorrión
sin pico y sin
sombrero supo darle.

Muy hombre
para sesgar de un tajo
a quien sesgó su amor,
porque ella ya no apuesta por el amor del bueno.

Tan hombre para vivir con ella
el paso de sus días,
el peso de mis huesos en su espalda,

dormir a sus espaldas y en su espalda.

Me angustia que no pueda ser tan hombre
como para acallar estos anhelos,
que ella no me perdone jamás
este arrebato.

Pero no soy tan hombre ni ese hombre,
al menos ese hombre de mi anhelo.

Ese hombre que sueña con mirarla
en vivo y en directo
haciendo algo sencillo:

Un café,
bailar,
reír.
Porque bien sé le gusta
a ella reír como los cascabeles,

peinarse los cabellos orgullosa
mientras yo hago de espejo.



(Del poemario inédito "Sicario")